2017/03/25

Mistérica.

Manzana.

Divinidad manifiesta en la nimiedad invisible de el detalle imperceptible, en un viento, un suspiro, una onda sin radio, un milímetro mimético, un dejo de quejido, una coordenada inhalable; manifiesta en la trascendencia de un capricho, en una tergiversación de la crudeza, un comentario incongruente con la línea hilativa, un paso elegante dejando una huella sin límite, un querer que sea más allá de la limitación de sus propósitos, una negativa, una afirmación; manifiesta en la superestructurada sofisticación de el gusto que se eleva de sí misma como si no tuviera base ni responsabilidad, en la claridad de la aseveración incoherente, la mirada microscópica que halla universos esquivos, la paz que se declara tesis directiva sobre la informe estancia, el caos que se presenta como respuesta única a la verdad apastelada.
Escencia, escencia escencial, sublimada y sublimante, definitiva y definitoria, la existencia y la significancia trascendente dinamizada en si misma sin que antecedente o corolario se sean necesarios para expresar su estado, obelisco iridiscente, vector trascendente, gusano metafísico, gema incandescente, esfera vibrátil, humilde perfección disfrazada de perfecta negativa; se es el caso siendo el orden, se manifiesta el fulgor incendiando los soles, se calman los clamores por respuestas instalando las preguntas entre sutiles martillos y diminutivos yunques, y más allá, más allá de las vibraciones retumbantes, más allá, hasta cuestionar el huevo y comunicar a la escencia que se es escencia siendo unidad dialéctica trascendente.
Naturaleza, continente metafísico, volumen de aristas manifiestas, más pretenciosas de lo tangible, color, fulgor, textura; diría que aquí cabe la estética en cuanto su trascendencia se asienta en la forma perceptible, diría que aquí caben los plácemes en cuanto la física abre la ventana a la metafísica, diría que aquí cabe la aquiescencia de ser en medio de el estar; diría fuego, diría prisma, diría organización molecular, algoritmo celular, genética progresiva, tridimensionalidad ostensible, raíz y fruto apetecible.
Infinito el primer misterio, incontable, inabarcable, inexpresable, e increíble; y sin embargo tan presente y contundente, innegable, apreciable en el tiempo extendido sobre sí mismo, en su concreción milimétrica, en su análisis infinitesimal que divide la realidad sin hallar el átomo, develando sin embargo, la ominosa inundación que subyuga las pretensiones incapaces de hallar los dígitos, las potencias, los verbos, los nombres, los adjetivos, filias y fobias, las torres, guijarros y matices de colores, los signos, símbolos y connotaciones, los minutos, segundos y eones, los grados, gradientes y bemoles, las luces, las escalas, las glosas, los dones, los artilugios, muletas, traducciones y trasposiciones, ni tan siquiera las hipótesis, las dudas o proyecciones, las inquisiciones, las ilusiones, que pudieran intentar hallar la comprensión de un paso, una letra, un cuanto, un día de la experiencia de ser infinito contenido en el infinito.
Sensibilidad en función de las medidas de la naturaleza y el infinito escencial, un músculo, un ejercicio, un ojo omnisciente que apenas descubre su ignorancia, una lección extendida como una lente, como un prisma, como un influjo, como la conciencia alterada que reordena su testimonio, como el dictamen de el juicio final, como la suavidad comparativa de la dureza filosofal, como la revelación de la necesidad de este discurso, como el pero, como el qué; en función de el descubrimiento regulado por el plan maestro que erupciona de epifanías y desvela comprensiones inalcanzables; en función de el ábaco y el diccionario, de la caja de herramientas y el manual de instrucciones, de el paso que mueve paralelos oscilantes en funciones de onda girando sobre los dos, sobre los cuatro ejes; en función de el análisis, en función de el nexo que posiciona los flujos en alternancia vanguardista, en dinámica dialéctica, sin temor a la antítesis, sin rencor por la tesis sin conformismo con la síntesis.
Sofisticación como la llave que permite alcanzar, desde la inoperancia de el estar, la progresión infinita de los vectores insinuados; doble hélice ascendente, trascendente, fulminando la señalética de un camino imposible de andar; el exponente que iza la idea, desde las insinuaciones de luz hasta la refulgencia de la certeza de no saber sabiendo que no se sabe, envuelta en el reflejo de lo que será la medida de lo apreciable; la verdad rimada, la revelación coordinada, el cánon encantado en la topológica desafiante de esa turgencia invariable en su dinámica; el adjetivo inconforme que rehuye de veredictos, la prosopopeya, la metáfora y el agnosticismo que las enarbola mientras camina sobre el agua; el pliegue decimonónico, el barroco y su pincelada, el barroco y su puntillosa fanfarria, el barroco y sus turgencias descordinadas que se rehuyen a el tiempo que se ven a sí mismas; el himno progresivo alabardeando el futuro, signando el camino vertical; el nombre, los nombres; el gusto, el florilegio que en su extenso devaneo, invierte en insinuaciones para reflejar las siluetas de las certezas.
Eternidad, la palabra sugerente, la promesa negada, la observación ocurrente, el vistazo indirecto, el regalo, la miga, el papel confluyente, el lema olvidado, el roce, el ímpetu, el aroma, el vocablo, el nombre, el número, la negación y el ascenso; se llega por la simple contemplación, por el testigo inoperante, munido de la propia voluntad delegada; por el intento de leer que en sí mismo es la lectura expresada; por el análisis que no sintetiza y la resignación de haber hecho las preguntas a un espejo y de verse reflejado en la mirada.