Hay una propensión a la contemplación o inercia hedonista que puede habitar en la faz o configuración de la faz, o en la dilución de los marcos contentores. A pesar de este fuerte discurso me parece más apropiado (o cómodo o surgente) incurrir en una posible recurrencia y llevar el desarrollo hacia una contribución para la construcción o fijación de los alcances de esa memoria concreta que sea hace figurada cuando atraviesa nuestros tiempos y se hace ideal cuando somete las cualidades que le atañen.
Y es que veo en los muros flamígeros la consecuencia inmediata de su disolución como si fuera equivalente su naturaleza a el ataque líquido que desgranaba el original. Y lo que creo prestado resulta ser propio. Faltaría identificar la efigie o por lo menos restringir las evidencias para establecerla con el menor riesgo de consecuencias despreciables; y es que la naturaleza de lo concebido se desplaza según lo que se sugiera, si se acepta como tal resulta ser parte de un futuro negado persistente sólo en el plano ideal, e identificarla como testigo implica desplazarse a un pasado negado que es concresión en potencia pero virado a la negación de su ser.
La imagen gana por lo que sugiere y connota en lo que muestra, la perspectiva balancea las inclinaciones confrontadas.
